El jueves pasamos una jornada relajada. Fuimos a Lugano de compras y paramos en este rincón de Caslano a comer. Por la tarde nos acercamos hasta el Lago Maggiore y nos dimos un bañito estupendo en una playa, eso sí, de piedrecitas puñeteras que había que sortear con los pies.
Hoy, sábado, iniciamos el regreso por etapas (Toulouse, Logroño y el lunes por la noche en casa) y ayer, para despedir las vacaciones, elegimos, no sin debate, ir hasta el final del valle de Verzasca, a un pueblo llamado Sonogno. El buen tiempo había regresado aunque sin calor alguno; a primera hora de la tarde unos 23/24 grados, temperatura ideal para ir de excursión. En Verzasca estuvimos ya el día de Corippo y nos había dejado una excelente impresión. Ayer volvimos a repetir las exclamaciones ya que es un lugar especial. Se trata de un valle de montaña muy estrecho, en cuyo fondo corre el río Verzasca que con las lluvias de esta semana había ganado caudal. Las montañas están recubiertas de bosques y hay numerosos pueblos y casas. La carretera es estrecha y en ocasiones no caben dos coches, por lo que es preciso ir con cuidado. En total son 30 kilómetros y en el pueblo de Sonogno finaliza el camino. Dimos un paseo y llegamos en seguida a una cascada tremenda. La mejor forma de contarlo es ver las fotografías. Antes habíamos comido en un grotto, donde Ana volvió a tomar polenta como guarnición de un plato de carne. Después intentamos darnos un baño en una poza, en recuerdo de la del otro día con Carlos, pero sin ser las cuatro el sol ya no llegaba al fondo del valle. En esas condiciones no era plan, según Ana, por lo que iniciamos el regreso a casa vía Luino, donde estuvimos dando una vuelta.
Y esto llega, desgraciadamente, al final. Hemos pasado unos días extraordinarios en los que aunque hemos dormido en Italia estuvimos la mayor parte del tiempo en Suiza, más concretamente en el cantón del Ticino. Esta estatua que hay en el pueblo fronterizo, Ponte Tresa, simboliza la amistad entre los dos países. Para nosotros ha sido una experiencia singular, relajante y única, que a través de este blog y a nuestra manera, hemos compartido . Aquí sólo hemos visto amabilidad, buenas maneras y, en Brusimpiano, hasta afecto por parte de la gente y, hasta de algunos animales, como este labrador negro al que hasta Juanma cogió cariño ya que lo veíamos y nos saludaba todos los días de camino al hotel (donde teníamos la conexión a Internet) o a la panadería. Por cierto, la panadera, simpatiquísima, nos preguntó el otro día si Carlos y Maribel habían llegado bien a su casa.
Bueno pues, lo dicho, que esta zona merece, y mucho, la pena. Le prometimos a Carlos que pondríamos esta foto floreada para rematar el blog. Así que, hecho. Hasta otra.
Hoy, sábado, iniciamos el regreso por etapas (Toulouse, Logroño y el lunes por la noche en casa) y ayer, para despedir las vacaciones, elegimos, no sin debate, ir hasta el final del valle de Verzasca, a un pueblo llamado Sonogno. El buen tiempo había regresado aunque sin calor alguno; a primera hora de la tarde unos 23/24 grados, temperatura ideal para ir de excursión. En Verzasca estuvimos ya el día de Corippo y nos había dejado una excelente impresión. Ayer volvimos a repetir las exclamaciones ya que es un lugar especial. Se trata de un valle de montaña muy estrecho, en cuyo fondo corre el río Verzasca que con las lluvias de esta semana había ganado caudal. Las montañas están recubiertas de bosques y hay numerosos pueblos y casas. La carretera es estrecha y en ocasiones no caben dos coches, por lo que es preciso ir con cuidado. En total son 30 kilómetros y en el pueblo de Sonogno finaliza el camino. Dimos un paseo y llegamos en seguida a una cascada tremenda. La mejor forma de contarlo es ver las fotografías. Antes habíamos comido en un grotto, donde Ana volvió a tomar polenta como guarnición de un plato de carne. Después intentamos darnos un baño en una poza, en recuerdo de la del otro día con Carlos, pero sin ser las cuatro el sol ya no llegaba al fondo del valle. En esas condiciones no era plan, según Ana, por lo que iniciamos el regreso a casa vía Luino, donde estuvimos dando una vuelta.
Y esto llega, desgraciadamente, al final. Hemos pasado unos días extraordinarios en los que aunque hemos dormido en Italia estuvimos la mayor parte del tiempo en Suiza, más concretamente en el cantón del Ticino. Esta estatua que hay en el pueblo fronterizo, Ponte Tresa, simboliza la amistad entre los dos países. Para nosotros ha sido una experiencia singular, relajante y única, que a través de este blog y a nuestra manera, hemos compartido . Aquí sólo hemos visto amabilidad, buenas maneras y, en Brusimpiano, hasta afecto por parte de la gente y, hasta de algunos animales, como este labrador negro al que hasta Juanma cogió cariño ya que lo veíamos y nos saludaba todos los días de camino al hotel (donde teníamos la conexión a Internet) o a la panadería. Por cierto, la panadera, simpatiquísima, nos preguntó el otro día si Carlos y Maribel habían llegado bien a su casa.
Bueno pues, lo dicho, que esta zona merece, y mucho, la pena. Le prometimos a Carlos que pondríamos esta foto floreada para rematar el blog. Así que, hecho. Hasta otra.