sábado, 25 de agosto de 2007

DESPEDIDA DE LUJO EN SONOGNO Y ADIÓS TICINO, ADIÓS

El jueves pasamos una jornada relajada. Fuimos a Lugano de compras y paramos en este rincón de Caslano a comer. Por la tarde nos acercamos hasta el Lago Maggiore y nos dimos un bañito estupendo en una playa, eso sí, de piedrecitas puñeteras que había que sortear con los pies.
Hoy, sábado, iniciamos el regreso por etapas (Toulouse, Logroño y el lunes por la noche en casa) y ayer, para despedir las vacaciones, elegimos, no sin debate, ir hasta el final del valle de Verzasca, a un pueblo llamado Sonogno. El buen tiempo había regresado aunque sin calor alguno; a primera hora de la tarde unos 23/24 grados, temperatura ideal para ir de excursión. En Verzasca estuvimos ya el día de Corippo y nos había dejado una excelente impresión. Ayer volvimos a repetir las exclamaciones ya que es un lugar especial. Se trata de un valle de montaña muy estrecho, en cuyo fondo corre el río Verzasca que con las lluvias de esta semana había ganado caudal. Las montañas están recubiertas de bosques y hay numerosos pueblos y casas. La carretera es estrecha y en ocasiones no caben dos coches, por lo que es preciso ir con cuidado. En total son 30 kilómetros y en el pueblo de Sonogno finaliza el camino. Dimos un paseo y llegamos en seguida a una cascada tremenda. La mejor forma de contarlo es ver las fotografías. Antes habíamos comido en un grotto, donde Ana volvió a tomar polenta como guarnición de un plato de carne. Después intentamos darnos un baño en una poza, en recuerdo de la del otro día con Carlos, pero sin ser las cuatro el sol ya no llegaba al fondo del valle. En esas condiciones no era plan, según Ana, por lo que iniciamos el regreso a casa vía Luino, donde estuvimos dando una vuelta.
Y esto llega, desgraciadamente, al final. Hemos pasado unos días extraordinarios en los que aunque hemos dormido en Italia estuvimos la mayor parte del tiempo en Suiza, más concretamente en el cantón del Ticino. Esta estatua que hay en el pueblo fronterizo, Ponte Tresa, simboliza la amistad entre los dos países. Para nosotros ha sido una experiencia singular, relajante y única, que a través de este blog y a nuestra manera, hemos compartido . Aquí sólo hemos visto amabilidad, buenas maneras y, en Brusimpiano, hasta afecto por parte de la gente y, hasta de algunos animales, como este labrador negro al que hasta Juanma cogió cariño ya que lo veíamos y nos saludaba todos los días de camino al hotel (donde teníamos la conexión a Internet) o a la panadería. Por cierto, la panadera, simpatiquísima, nos preguntó el otro día si Carlos y Maribel habían llegado bien a su casa.
Bueno pues, lo dicho, que esta zona merece, y mucho, la pena. Le prometimos a Carlos que pondríamos esta foto floreada para rematar el blog. Así que, hecho. Hasta otra.

jueves, 23 de agosto de 2007

EN DOMODOSSOLA, CON EL CUÑADO (ITALIANO) DE UN ALCALDE ZAMORANO

Llueve, diluvia, hace casi frío, doce grados a las diez de la mañana ayer miércoles, si bien, hoy ya brilla el sol y se ve todo de distinta forma. Desde la tarde del lunes el tiempo dió un vuelco. El sol desapareció, cayó agua casi sin parar y el paisaje ya no parecía el de siempre. El martes, como no sabíamos qué hacer optamos por pasar la tarde a cubierto en un centro comercial de Lugano, resultó que miles de personas habían tenido la misma idea. Consecuencia, colas por todas partes, el parking a rebosar y atascos para regresar. De tanta lluvia el arroyo que corre cerca de nuestra casa presentaba ayer el aspecto que muestra la foto, cuando hasta ahora era un pequeño regato. Ante este panorama ayer, miércoles, nos fuimos a Locarno para hacer una excursión en tren hasta Domodossola, ciudad italiana de 20.000 habitantes a unos 50 kilómetros al oeste del punto de partida. Viajamos en el ferrovia Centovalli, nombre que recibe por atravesar docenas de valles de montaña, aunque además de su faceta turística es también un tren de pasajeros. El paisaje es el imaginable, aunque nos sigue sorprendiendo: el tren va unos cientos de metros por encima de valles vertiginosos, montañas, pueblecitos, un gran bosque continuo y, tras dos días de lluvias generosas y en ocasiones torrenciales, cascadas cayendo por todas partes. El tren circula bordeando precipicios a velocidad reducida y atraviesa numerosos túneles. A mitad de camino cambiamos de Suiza a Italia, aunque ni nos enteramos de la frontera. Después de tantos días sí observamos una pequeña diferencia en los pueblos: los suizos están más cuidados, nada está fuera de lugar, el orden y la pulcritud es la norma . Los italianos presentan un muy buen aspecto, pero quedan un poco atrás. No obstante, viniendo de donde venimos, unos y otros nos parecen dignos de una medalla.
En Domodossola, cuya plaza del Mercado se ve en la foto, buscamos un lugar para comer nada más llegar y por casualidad aterrizamos en La Meridiana. Eran más de las dos, una hora intempestiva para los usos europeos, pero la camarera, tras consultar, nos aceptó. De entrada nos sorprendieron los carteles de corridas de toros de plazas españolas; también, que la carta dedicara su primera página a especialidades españolas. El motivo, según supimos después, es que el dueño, Aldo, está casado con una española a la que conoció cuando los dos trabajaban en Ginebra. Después montaron en su lugar de origen el restaurante. Lo curioso es que el pueblo de su mujer es Castroverde de Campos, en Zamora. Tras identificarme como paisano nos dio todo tipo de datos. Así, resulta que su cuñado es el alcalde de Castroverde desde hace 25 años y también ha sido diputado provincial. Allí regenta un restaurante, según Aldo muy reputado, que se llama Mesón del Labrador. Le prometimos una visita y nos lo recomendó encarecidamente. Sin duda mantienen buenas relaciones ya que además viajan con frecuencia a Zamora en la línea de vuelos baratos de Ryanair entre Bérgamo y Valladolid. Por lo demás comimos bien, un más que digno plato del día por poco más de diez euros.
La siguiente foto la sacamos en Locarno, frente a la estación de tren y es un edificio magnífico.
FE DE ERRATAS. Nuviana existe. No nos habíamos tomado muy en serio a la paisana de Corippo que nos dijo haber puesto Nuvia a su perro por un vino español llamado Nuviana que ninguno conocíamos. Sin embargo, el otro día lo vimos en híper suizo y compramos una botella para probarlo. Es un vino de la tierra del Valle del Cinca, en Huesca, a base de uvas Tempranillo y Cabernet Sauvignon y no está nada mal.

martes, 21 de agosto de 2007

HERMANN HESSE, PICNIC BAJO EL COLUMPIO Y VISITA A BÉRGAMO

El domingo, con todo cerrado, nos decidimos por ir a la Colina d’Oro, que está a unos 14 kilómetros de casa, en Montagnola, un barrio exclusivo en este municipio pegado a Lugano. Fue a última jornada de Carlos y Maribel ya que el lunes cogerán el avión para Valladolid. Además, allí residió durante 43 años Herman Hesse, premio nobel de Literatura en 1946 y por medio de un folleto nos enteramos de que existe un paseo señalizado que recorre los sitios que acostumbraba a recorrer. Además del valor añadido de su ilustre paseante, se trata de un circuito magnífico de algo más de una hora entre bosques, vistas, restaurantes campestres (aquí los llaman ) y casas-mansiones supercuidadas que nos dan mucha envidia. Empezamos por el cementerio anexo a la iglesia de San Abundio, donde está enterrado, un recinto cuidado, limpio (como todo en Suiza), y con unas sepulturas que denotan a las claras el nivel de vida del vecindario desde hace al menos un siglo. La tumba de Hesse es sencilla y, en el mismo cementerio, aparecen otras tumbas de personajes al parecer famosos, aunque no para nosotros: directores de orquesta, arquitectos… etc. Hay unas cuantas de niños llenas de pequeños juguetes y en otra tumba, en vez de una cruz o algo similar, han puesto encima una escultura de un perro.
En el bosque estupendo nos encontramos con una señora que pasea a un caballo y a un perro. Los dos animales son del mismo color (marrón) y destaca sobre todo el azul cielo del arnés del caballo, que parece recién estrenado. Hablaba español bastante bien y nos contó que ya no podía montar al caballo (por un problema en sus patas) pero que “ahora lo paseo yo, ya que él me paseó a mí muchos años”. Lo cierto es que el bicho estaba impecablemente bien cuidado.
Continuando por la ruta marcada nos encontramos con la casa museo de Hermann Hesse., junto a una casona espléndida en la que vivió 12 años en cuatro habitaciones alquiladas y que le inspiró la obra del “Último verano en Klingsor”, que se ve en la foto.
Allí se guardan objetos personales, útiles, fotografías y cuadros del polifacético creador. Mientras lo visitábamos empezó a diluviar fuera por lo que optamos por visionar entero un vídeo de 50 minutos sobre el escritor fallecido en 1962… en italiano, pero más o menos lo entendimos. Se inició en la pintura ya con 40 años, precisamente cuando vivía en esta zona. Su estilo era un poco naïf pero muy interesante y afirmó que “La pintura es una cosa maravillosa porque nos vuelve más alegres y más pacientes, y al terminar, los dedos no están negros como después de escribir, sino rojos y azules”, . También dijo que “leer un libro es conocer la manera de pensar de otra persona, intentar comprenderla y, si es posible, ganar un amigo”. Pasadas las cuatro abandonamos el museo bajo un cielo oscurísimo. No habíamos comido todavía y apretamos el paso hasta el coche, donde teníamos unos bocatas, pero con la lluvia amenazando no sabíamos que hacer. El caso es que terminamos por buscar un lugar cubierto y lo único que encontramos fue un parque infantil, donde nos acurrucamos en un columpio con un pequeño tejadillo que, al final, resultó tener goteras. Los bocatas estaban riquísimos pero cae agua y tuvimos que abreviar en medio de un mar de carcajadas. Para compensar, nos tomamos un cafetito en la plaza principal de Montagnola, donde estaba el ayuntamiento. Ana, una vez más, revisó el tablón de anuncios municipal y nos contó que la alcaldesa se llama Sabrina y el secretario Sandro. Deformación profesional.
El lunes conocimos Bérgamo. Aprovechamos el viaje (pasado por agua y tormenta tan intensa que algunos coches se quedaban parados debajo de los puentes de la autopista) para llevar a Maribel y Carlos al aeropuerto de Orio al Serio (en serio, se llama así) en las afueras de la ciudad, para pasar allí la jornada. A la una, después de hacer unas compras en un inmenso centro comercial, ya habíamos aparcado en una plaza de pago en pleno centro, o al menos eso creíamos nosotros. Sin guía ni información alguna íbamos completamente a ciegas. El tope de aparcamiento era de una hora y decidimos acelerar y, en función de lo que viéramos, alargarlo otra o salir hacia Lecco, en el otro extremo de la Y invertida que es el lago Como.
Tras dar una vuelta por una zona interesante que semejaba el ensanche de los dos últimos siglos empezamos a buscar el barrio histórico que habíamos visto en el horizonte al entrar en la ciudad. Empezamos a subir una cuesta y el casco viejo no aparecía, mientras se consumía el tiempo del parking, que no queríamos dejar pasar tras lo ocurrido el año pasado en Toronto, donde la grúa es muy eficaz. Tras una buena soba lo encontramos en la punta de una colina. La zona parecía extraordinaria pero con gran disgusto tuvimos que bajar de nuevo a todo correr sin poder recorrer unas calles realmente interesantes. Una vez abajo decidimos llevar el coche a un aparcamiento subterráneo, coger un bus hasta arriba y buscar un sitio para comer.
Ana y el león de mármol de la entrada de la catedral hicieron sus migas, a falta de perro. El eje de la ciudad histórica es la Piazza Vecchia, donde se encuentra una magnífica catedral reedificada en el siglo XIII y al lado la denominada Torre Cívica, del XII, donde todos los días suenas 100 campanadas a las 10 de la noche, el sistema empleado siglos atrás para anunciar el cierre de las puertas de las murallas. Dimos unas vueltas, visitamos una biblioteca con una sala de techo altísimo ubicada en un edificio histórico, que se ve al fondo de la foto de Juanma en la fuente (obra de Contarini, de 1780). Tomamos unas “bruschettas”(como montaditos) y una ensalada y después de un buen rato descendimos de la Cittá Alta a la baja en un funicular que funciona desde hace 120 años y que evita largas caminatas a los bergamascos. Minutos después de salir hacia Lecco se puso a diluviar, igual que ocurrió a primera hora de la mañana, y con esa compañía regresamos a Brusimpiano. Lecho, que tenía buena pinta, tendrá que esperar.
Bueno y aquí estamos solitos, nosotros y la panadera (que alguno ya sabe de qué va la cosa) después de que se marcharan nuestros últimos compañeros de vacaciones.





Está claro que esto ya no será lo mismo sin vosotros. De hecho, está lloviendo y hace un frío que pela. Os echamos mucho de menos porque habéis sido una estupenda compañía a pesar de que habéis tenido que aguantar el cognazo que hemos dado a la hora de confeccionar día a día este blog. Muchos Bikos.

domingo, 19 de agosto de 2007

ASCENSIÓN AL MONTE GENEROSO Y NUEVAS AMISTADES

Un tren cremallera que lleva hasta las cercanías de la cumbre del monte Generoso (1.700 metros) y un paseo a continuación hasta el punto más alto era nuestro plan para ocupar la jornada del sábado. Como nos ocurre casi a diario el plan se modifica antes de iniciarse; al llegar a Capolago, de donde sale el tren, encontramos la estación cerrada. Motivo: era la hora de la comida (de ellos, las 13 horas) y el próximo tren no salía hasta las 14,15. La titular del kiosco de prensa compensó el hecho de que ese día no había recibido El País con una información importante: podíamos llegar en coche hasta una estación, Bella Vista, y subir después a la cumbre del monte a pie. A cambio, insiste, no tendríamos que esperar más de una hora y nos ahorraríamos los 25 euros que cuesta el billete por persona en el tren que tarda en hacer el trayecto cuarenta minutos. Decidimos hacerle caso. Los diez kilómetros de la carretera en el monte son sinuosos, en muchos puntos entra malamente un coche y cuando coinciden hay que parar y buscar un remedo, tipo los ingleses; esto es, que uno tiene que encontrar donde aorillarse para que el otro puede pasar. En uno de los dos pueblos que se atraviesa un semáforo permite pasar en uno u otro sentido ya que es estrecho hasta el límite. El otro es similar pero no han ganado para el semáforo y en caso de coincidir es preciso improvisar. Pese a todo llegamos a destino e iniciamos la escalada. El paisaje es muy atractivo: grandes bosques, en su mayoría de hayas enormes pero también de castaños y carpinos, y en los claros magníficas vistas sobre el valle. Subimos y subimos disfrutando de lo lindo y leyendo los carteles informativos sobre la fauna (unas 500 cabras montesas) y los fósiles de un monte que durante las glaciaciones fue un refugio rodeado de agua y después de hielo. En un determinado momento tuvimos que sortear a unas cuantas vacas que habían tomado posesión del camino, pero muy majas ellas, nos dejaron pasar sin problemas. Llegados a la cumbre la niebla cubría casi todas las laderas, por lo que de vistas, que debían ser maravillosas, nada de nada. Algunos estaban agotaítos. Estuvimos allí un rato y nos hicimos una idea de lo que no veíamos, aprovechando los paneles fotográficos. Tras tomar un tentempié en la estación del tren en la cumbre, donde nos atendió un camarero que hablaba español (su mujer es costarricense) empezamos el descenso. Quizás por ello, y también por la colaboración de un Carlos en su habitual línea de sociabilidad, pegamos la hebra con una pareja de italianos, Graciela y Vittorio, que bajaban con sus dos perros. Además de los animales encontramos más puntos de contacto y estuvimos un buen rato con ellos, principalmente el hecho de que el padre de Graciela y el de Maribel coincidieron en su trabajo y que la italiana viajó mucho a España, sobre todo a Extremadura. Aquí posamos todos para la posteridad.Como todavía era media tarde decidimos acercarnos al vecino valle del Muggio, con la ventaja de que ya teníamos práctica en estas carreteras monosentido. El camino era una preciosidad, siguiendo el curso de un valle imponente, y al rato llegamos al pueblo que lo cierra . Se trataba de una población pequeñita, con poco más de 200 vecinos. En plan simpático, charlamos un rato con la familia de Samuel, un niño de 22 meses que estaba acompañado por su padre y abuelo. Al oírnos charlar aparecieron la abuela y la madre, que sabía algo de español. Lo cierto es que el italiano nos permite conversaciones sencillas.
Antes de irnos tomamos una cervecita en el bar del pueblo, donde conocimos a Adriana, una uruguaya, ya de cierta edad, con una historia complicada (vivió en diferentes países y según confesó sin mucho éxito con los hombres). En los próximos días viajará a Mallorca, donde nació su hijo, de 24 años, que quiere conocer su lugar de nacimiento. Como no podía ser menos, también tenía una perra, llamada “la divina Sophie”, con la que hablaba en francés y tiene en casa una gata: “La poupée de Sophie”. Lo más gracioso era el estado en el que se encontraba un teckel de dos meses de la chica del bar: ¡un poco antes se había caído una caña de cerveza al suelo y la chupó…!, con lo que estaba literalmente durmiendo la mona. No reaccionó mucho pero confiamos en que se recupere, aunque al irnos seguía igual de traspuesto que cuando llegamos.

sábado, 18 de agosto de 2007

DESCUBRIENDO LAS ISLAS BORROMEAS,

Esta de la foto es la Isola Superiore o dei Pescatori, una de las tres islas Borroneas del Lago Maggiore, en el que estuvimos todo el día de ayer, viernes. .Es posible que no exista, pero para nosotros es una verdad casi absoluta. Vivimos junto a uno de los lagos del norte de Italia y en estas semanas visitamos unos y otros. De alguna forma establecemos una competencia tratando de buscar matices; queremos casi lograr un escalafón, un imposible que pese a ello nos entretiene.
Ayer viernes decidimos dedicar la jornada al lago Maggiore, una imponente masa de agua de 212 kilómetros cuadrados poblada de villas con siglos de historia. Más que el lago optamos por visitar algunas de sus islas, las llamadas “islas Borroneas”. Esta foto nos la sacaron en los jardines de la más famosa, la Isola Bella. Nos acercamos en coche a Luino y descendimos por la orilla hasta Laveno. Allí cruzamos en ferry a Intra, un caso curioso ya que nominalmente no existe y fue sustituida por la ciudad de Verbania, que agrupó a las vecinas Intra y Palanzza hace varias décadas.
En Verbania-Intra sacamos un pasaje para uno de los barcos que comunican las numerosas poblaciones de las dos orillas y las islas. En primer lugar nos acercamos a la Isola Bella, nombre que resume con claridad sus virtudes. Aquí estamos haciendo el tonto en uno de los espejos del magnífico Palazzo. En las islas vivieron a lo largo de varios siglos, los miembros de la familia Borromeo, a la que perteneció el santo Carlos B. Construyeron un castillo-palacete a partir del año 1500 que puede visitarse previo pago de una entrada. Es una sucesión de salas con muebles de los últimos siglos y donde se han dado cita personajes como Mussolini o Napoleón. No obstante, sus jardines son tan interesantes como la construcción y están en un estado de mantenimiento inmejorable. Existen ejemplares de plantas, árboles y arbustos, exóticos o raros en algunos casos y bastante llamativos, en general. En la siguiente foto, desde la Isola dei Pescatori, se ve el Palazzo de la Isola Bella. A apenas unos cinco minutos en barco, bastante atestado de turistas, encontramos la Isola Superiore o dei Pescatori, ocupada casi en su totalidad por un pueblecito encantador, en tiempo de pescadores y hoy refugio de restaurantes y tiendas para mayor gloria del turista. Son callejas estrechas buscando el fresco que ese día no encontrábamos, en las que abundan los gatos, como en la Isola Bella en la que se recogían fondos para su cuidado y mantenimiento. Por últimos llegamos a la Isola Madre, la mayor de todas y donde también existe un palacete con su jardín, del estilo de la Bella aunque con mobiliario un poco menos recargado. Por los jardines pululaban pavos reales, faisanes de vivos colores y otras aves menos conocidas . Nos llamó la atención la cantidad de tirantes que han puesto para sostener este árbol, que, además, tenía riego gota a gota en la copa. Después de tal atracón de belleza nos tomamos unas tartitas de frambuesa en Intra, villa por la que dimos un paseo por la mañana y que nos pareció muy interesante.
De regreso a casa paramos en Ascona, ciudad pegada a Locarno de la que habíamos leído maravillas. Llegamos de anochecida y la realidad confirmó estas apreciaciones. Volcada hacia un turismo de ciertas posibilidades, encontramos comercios abiertos pasadas las nueve de la noche, lo cual en Suiza es toda una novedad. El paseo marítimo es muy atractivo y parecía casi una ciudad mediterránea con mimos y artistas y numerosas personas por las calles.
Este recorrido urbano-acuático seguía a dos jornadas diferentes. El miércoles estuvimos de montaña. En la foto, dos caminantes que más nos han parecito unos vietnamitas perdidos en un arrozal. Volvimos al monte Lema con ánimo de llegar al Tamaro, pero no madrugamos lo suficiente y el paseo precisa casi cuatro horas y el teleférico terminaba a las cinco y media de la tarde. Como no había tiempo para hacerlo anduvimos hora y media entre cumbres despampanantes (por cierto, con grandes pendientes) y regresamos por el mismo camino, en total casi cuatro horas de caminata.
Afortunadamente el sol se veló a veces y suavizó el fuerte calor. Como se aprecia en la foto, hubo tiempo para todo y Carlos y Juanma hasta sacaron a pasear sus libros de lectura después de dar buena cuenta de sus bocatas. El jueves, después de que Carlos nos hiciera unos spaghettis estupendos que degustamos en la terraza,
nos fuimos de excursión hasta Mendrisio y, por segunda vez, a Como. La primera según las guías es la capital vinícola del Merlot, pero no vimos ni rastro. La foto corresponde a la escuela de Arquitectura del pueblo que, a pesar de ser relativamente pequeño tenía un Museo de Arte, tiendas curiosas...etc. Ciertamente había plantaciones de vid por los alrededores pero ni una mala bodega en el pueblo, ni indicaciones para probar o adquirir el vino. Este pueblo es suizo y Como italiano, lo que nos obligó a cruzar la frontera en varias ocasiones; lo mismo ocurrió en el viaje a las islas (Ascona es Suiza), pero el trámite es inexistente.
Esta foto es de un perrito balconero en la Isola dei Pescatori.

miércoles, 15 de agosto de 2007

CHUTE DE NATURALEZA EN EL VALLE VERZASCA

La idea era visitar Locarno en un día normal tras la experiencia de la semana pasada cuando estuvimos en medio de un vendaval. Sobre la marcha decidimos ir primero al valle de Verzasca y poco a poco seguimos descubriendo esta zona maravillosa, con lo que Locarno quedó para el postre. La elección se reveló algo más que adecuada, casi genial. Nada más empezar a recorrer el valle nos encontramos con una presa enorme entre dos montañas, altísima y muy estrecha. Aparcamos para verla y una amable alemana se acercó con un papel diciendo algo así como “you have half tour”, uséase, que el aparcamiento en medio de la nada era de pago y nos regalaba 30 minutos.
La presa tenía 220 metros de alto, casi más que a lo ancho. La vista daba vértigo y el fondo era un barranco de no más de dos metros que llegaba al lago Maggiore, que se divisaba a lo lejos. Estaba llena de gente y en medio había un artilugio con un cartel que explicaba que allí se había rodado una escena espectacular de la película Golden Eye, una de la serie de James Bond. Un turista nos hizo la foto en la parte superior de la presa.
Seguimos la carretera entre montañas y árboles, que poco a poco se iba estrechando. Elegimos dirigirnos a Corippo, una aldea que venía en la guía, famosa por sus casitas, enteramente de piedra, hasta los tejados. La entrada en el pueblo se hace por una corredoira estrecha que malamente da para un coche.
A unos cien metros ocupamos la única plaza libre para el coche y seguimos a pie. En pocos momentos nos enteramos que el pueblo, con 17 vecinos, es el menos poblado de toda Suiza. Nos informamos por una pareja de residentes que acababan de encontrar a uno de sus gatos, de nombre Nuvia. Pese a nuestro escepticismo insistieron en que el nombre se lo habían puesto por una zona vinícola española denominada Nubiana. Dudamos mucho que exista, pero quién sabe.
La señora nos explicó que se podía subir a lo alto del campanario y allá fueron Carlos y Juanma. El sistema era prehistórico: una escalera casera de madera llevaba a la primera planta, un cuadrado de tablas finas de 1,5 por 1,5 metros, más o menos. Había un agujero para entrar y en el otro extremo otra escalera similar, y así hasta seis veces. Ana hizo amago de acompañarlos pero la posibilidad de que hubiera ratones y la evidencia de telas de araña “del siglo XIX”, según Carlos, la disuadió. Arriba era muy difícil moverse en un espacio tan reducido ocupado por las campanas y unas ruedas metálicas que utilizan para que suenen cada hora. No obstante, ambos disfrutaron de la vista del valle. Lo mejor, sin embargo, estaba por llegar. Primero fue la comida y después la excursión hasta el doble Ponte dei Salti, en Lavertezzo. Poco a poco nos íbamos olvidando de Locarno ante el embrujo del valle de Verzasca. Por aclamación fuimos a tomar una caña a la única Ostería y allí decidimos que lo adecuado era comer allí puesto que el sitio, totalmente rústico, tenía mucho encanto. En una especie de terraza sobre el valle, con mesas de piedra y con un enorme y pachón San Bernardo, la pareja de hosteleros nos ofreció una carta muy corta pero resultona. Tomamos compartiendo quesos de los Alpes (excelentes), fiambre, una sopa minestrone y lasaña de carne, además de vino Merlot del Ticino, que todavía no habíamos probado. Todo estupendo y a buen precio.
De inmediato salimos a pie para Lavertezzo, un paseo de algo más de una hora casi por el fondo del valle. Bajo un bosque de árboles de ribera y un sotobosque despejado íbamos unos cien o ciento y pico metros por encima de un riachuelo de cierto caudal que sorteaba rocas enormes de un llamativo color blanco. Cada rato se formaban pozas y rápidos, en ocasiones utilizadas por bañistas. Al cabo del paseo llegamos al Puente de los Saltos, una doble arcada llena de visitantes. Desde lo alto contemplamos a un arriesgado tirarse al agua y Carlos se marcó también un baño con un improvisado bañador. De regreso hicimos un alto sobre una poza con rápidos, donde a Carlos y Juanma se les dio por bañarse, supliendo con imaginación la ausencia de bañadores. El agua estaba fría pero disfrutaron de lo lindo y regresaron muy estimulados. Completó la jornada un breve paseo por Locarno (con tartitas de frutas y café incluído) y vuelta con prisas a Brusimpiano ya de noche. Era la jornada clave de las fiestas locales y se anunciaban fuegos artificiales sobre el lago. Empezaron tarde para los estándares europeos, a las once, lo que nos permitió instalarnos en la terraza y disfrutar de un espectáculo pirotécnico en el que utilizaron una barcaza para lanzarnos desde dentro del agua. Tuvo un elevado nivel, digno de una ciudad pese a encontrarnos en un pueblo de mil habitantes.